La sociedad dominicana, tal como la conocemos hoy, es el resultado de un proceso de transformación económica y urbana que ha marcado las últimas décadas. El crecimiento sostenido, la modernización de la infraestructura y la expansión de la ciudad han modificado profundamente la vida cotidiana de sus habitantes. Sin embargo, en medio de estos cambios, la Navidad sigue siendo uno de los símbolos culturales más arraigados y emotivos de la identidad dominicana.

En tiempos pasados, la Navidad en Santo Domingo era una expresión colectiva de alegría que se respiraba en cada esquina. Las calles y avenidas se vestían de colores, especialmente gracias a los pequeños comercios que decoraban sus fachadas con luces, guirnaldas y adornos improvisados, reflejo del ingenio popular. El ambiente festivo no solo se veía, sino que también se sentía en la música, en los olores y en el bullicio propio de la época.

El malecón de Santo Domingo se convertía en un escenario especialmente encantador. Desde la Avenida Abraham Lincoln y a lo largo de su trayecto oeste-este, se levantaban casetas de madera repletas de frutas de temporada: manzanas, uvas y peras que, con su colorido, contrastaban con el azul profundo del mar Caribe al atardecer. Aquellas casetas representaban una tradición esperada por todos, pues ofrecían productos que solo aparecían durante esas semanas festivas.

A la par, los vendedores de cerdo asado  ya fuera en la popular versión “a la puya” o en su emblemática pierna con cuerito  llenaban el aire de aromas irresistibles. Al caer la noche, se unían a la escena los carritos de “chimis”, con sus montañas de repollo, zanahoria y cebolla morada que daban vida a un paisaje nocturno lleno de sabores y sonidos.

Las luces multicolores, colgadas en las palmas de cana que bordean el litoral, creaban un espectáculo luminoso que acompañaba el incesante tránsito de vehículos. Las bocinas competían entre sí para reproducir los merengues más populares de la temporada, haciendo de cada esquina una pequeña fiesta.

Así era la Navidad en Santo Domingo: un encuentro entre la tradición y la alegría popular, una celebración donde la ciudad entera se convertía en un escenario de convivencia y entusiasmo colectivo. Aunque hoy el progreso haya transformado parte de ese paisaje, el espíritu navideño sigue siendo una marca indeleble del corazón dominicano.

Por Guillermo Abreu

Publicista, Diseñador Gráfico y Consultor de Marcas, egresado de la Universidad Católica Santo Domingo con más de 20 años de experiencia en diferentes áreas de la comunicación visual. Mi especialización en Branding y desarrollo de Marcas.

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