El sistema de transporte en la República Dominicana siempre ha sido un reflejo fiel de su diversidad social y cultural. Las calles del país han estado históricamente pobladas por un parque vehicular heterogéneo, mezcla de lo público y lo privado, de lo moderno y lo obsoleto, configurando un paisaje urbano tan pintoresco como caótico. En medio de este crucigrama, el ciudadano dominicano encontró durante décadas en el llamado “Taxi de Base” su principal alternativa de transporte individual, un servicio caracterizado por la informalidad, la improvisación y el carisma de sus protagonistas.
Aquel “Taxi de Base” era inconfundible. Su antena interminable, la ficha plastificada en el tablero con el nombre de la compañía —Apolo, Tecni, Nacional o Anacaona Taxi— eran símbolos cotidianos del transporte urbano. Solicitar un servicio implicaba una llamada telefónica a una central que, con paciencia, asignaba una unidad disponible. Tras una larga espera, el usuario era recibido por un conductor con camisa abierta, cigarrillo en mano y un saludo improvisado adornado con las luces intermitentes del vehículo. Era un servicio más humano que eficiente, pero representaba una tradición que moldeó el hábito de movilidad de toda una generación.
Con la llegada de la tecnología y las plataformas digitales, encabezadas por Uber, el panorama del transporte dominicano experimentó un cambio radical. El contraste entre el sistema tradicional y la nueva era digital no tardó en evidenciarse. Frases como “Unidad confortable” o “Vannette para grupo” quedaron atrás, sustituidas por un clic en la pantalla del celular y la inmediatez de un vehículo geolocalizado en tiempo real. El usuario ya no debía esperar frente a un teléfono público ni negociar el precio antes de abordar. En su lugar, la aplicación ofrecía puntualidad, comodidad y transparencia en el costo.
Uber no solo introdujo un nuevo modelo de transporte; impuso una nueva cultura de movilidad. Los conductores, ahora uniformados con cortesía, se esmeran por mantener un nivel de servicio distinto al tradicional “manejar dominicano”. El pago digital reemplazó el intercambio de efectivo y las legendarias frases de “no tengo menudo” o “debió decirme que eran quinientos enteros” se transformaron en un simple “pago procesado” o “monto para próximo viaje”.
Asimismo, la cabina del vehículo cambió su atmósfera: donde antes reinaban los ecos de las radios de base —“Cero Dos” y “Adelante Central” —, hoy suena un video de YouTube que acompaña un trayecto más cómodo así como las notas de voz y las conversaciones por WhatsApp que difieren del sistema de comunicación que conectaba a conductores con las bases de antaño.
La llegada de Uber representa, en la actualidad, más que una innovación tecnológica: la transición de una cultura del transporte basada en la costumbre a una basada en la eficiencia. Este cambio, impulsado por la digitalización, transformó no solo la forma de moverse, sino también la manera en que los dominicanos conciben la experiencia de ser pasajeros. En un país donde la cotidianidad siempre ha tenido sabor a improvisación, Uber introdujo una nueva noción de orden y previsibilidad, convirtiéndose en un espejo del avance social y urbano de la República Dominicana contemporánea con una simple frase “Haz llegado a tu Destino”.

